lunes, 7 de mayo de 2012

De las fauces a la muerte


Enrolló su diminuto cuerpo en medio de tres tigres. La cobija era tan grande que su humanidad parecía ser uno de los hilos del bordado felino.

Abrasada  por la fiebre, la pequeña se privó en llanto. -Súbete, súbete- gritó él, mientras su esposa se encaramaba a la moto con su hija envuelta en la cobija. Parecía que los tigres bordados la fueran a devorar sin que su madre se diera cuenta. 

La moto se hacía paso entre los vehículos mientras Milagros, con tres días de nacida, se aferraba a la vida y su madre, a ella. Pero adentro, le faltaba el aire. El peso de los animales era tan fuerte que el de ella se perdía. Así lo comprobarían sus padres más adelante.

Después de 15 minutos, zigzagueando en medio del tráfico, llegaron al hospital. Su madre desenrolló la cobija, pero Milagros ya no estaba. Había escapado de las fauces felinas.